23 jun 2014

Donde los pájaros azules vuelan

Si había algo mejor que la sensación de la lluvia junto las lágrimas que le dijeran pronto, porque la pulmonía ya le agarraba vuelo. 
Estaba sentado en la orilla del puente, con el gorro del impermeable puesto, no para evitar que la lluvia corriera en mi cara, si no para que no me apagara el cigarro. Era el número 10 de la cajetilla de 20 y esta loca chica haría que se me acabaran todos. Me ponía nervioso.
-Te vas a enfermar y la sopa te la cocinarás tú - Le grité. La verdad corría fuerte la lluvia, me di cuenta que a pesar de haber levantado la voz creí que no me escucharía, pero lo hizo. Me regaló una de las sonrisas más satisfactorias que había visto en su carita y vino corriendo hacia mi. Me llenó de besos la cara mientras la empujaba suavemente, estaba empapada y por lo menos uno de nosotros tenía que estar sano (Por supuesto no hablo mentalmente).
-Ah, ¿No quieres mis besos? - Se pasó las manos por el vestido fingiendo indignación y me miró de reojo- Pues entonces me iré a bailar un poco más, a ver si te dan ganas de tocarme. 

¿Qué les puedo decir? Bailaba maravillosamente. Sus pasos no eran de ballet, tango, pop o algo. Eran... lluvia. Simplemente lluvia. Sus pelos empapados pegados a la cara le daban el toque a la escena. Mantenía los ojos cerrados, demostrando que realmente sentía cada movimiento que realizaba y lo hacía con una precisión impresionante en la baranda del puente. Me quedaba pegado mirando como se movía, como los goteos constantes de la lluvia contra sus manos, contra la baranda, le hacían compañía al baile con un sonido rítmico. También como se escuchaban sus dedos desnudos de los pies pisando los charcos alrededor de ella o su voz tarareando algún jazz suave. Fumaba sin darme cuenta, concentrado en como sus blancas y delgadas piernas estaban en peligro constante de resbalar, hasta que metí la mano a la cajetilla para sacar otro cigarro más y me di cuenta que no quedaban. No iba a durar media hora más en ese lugar así que decidí que era suficiente.
Ya había parado de danzar y estaba sentada con los pies colgando y una mirada melancólica hacia arriba. Miré hacía donde sus ojos se dirigían y había una bandada de pájaros azules se meneaba de aquí para allá rompiendo el viento.
- ¿Por qué vuelan tan rápido? - No me miró cuando pronunció eso.
Me pareció muy obvio decir que no podían volar más lento y una respuesta más pensativa me tomaría rato que no tenía (Cigarros, ¿recuerdan?), así que me quedé callado. Le di un beso en la frente y la tomé de la mano.

- Vamos, estás empapada y tus pezones se traslucen con ese vestido blanco. Te dije que iba a llover.-
- ¿Cómo es que siempre adivinas esas cosas? - Le respondí levantando los hombros como gesto de "no lo sé".
Se levantó y caminamos hasta mi casa, donde cambió ropa mientras yo iba a comprar cigarros. Cuando volví estaba enrollada en mis frazadas durmiendo en mi lado de la cama. Fui a la ventana para fumarme el último antes de dormir y antes de que pudiera besarle por última vez, se había desvanecido.
Ahora sólo me quedaba esperar que volviera, de nuevo, retorciéndome con los recuerdos de su dulce danza bajo la lluvia mientras tarareaba un jazz suave, donde los pájaros azules volaban.