5 nov 2014

El cielo despejado en ojos de un ciego.

El año pasado, a mediados de Noviembre, fui de campamento a un lugar alejado de la ciudad. Toda mi vida, estos 16 años, he vivido en un lugar donde el cielo está cubierto por una capa gruesa de smog, incapacitando la visión clara del cielo (sumándole las brillantes luces que emite todo el tiempo este asqueroso lugar). Aquel día de campamento, por la noche, subí la mirada al mismo tiempo que subía el humo de la fogata -persiguiéndolo- y vi algo que nunca había visto antes; algo que ni siquiera es tan increíble como para ser documentado por National Geographic pero que para mí significó un mundo: el cielo, de noche, lo más despejado que lo he visto nunca. Las estrellas brillaban sin límite y el movimiento de mis ojos no parecía descansar buscando más y más puntos brillantes, viéndose éstos infinitos. Nunca me había interesado por el cielo, si por la luna, pero el cielo en si y sus estrellas... nunca le había prestado tanta atención, principalmente porque no sabía que podía ser tan hermoso en persona. Por supuesto que había visto fotos, esas imágenes rápidas que pasan por la visión una que otra vez haciendo zapping en televisión.
Lloré. Esa fue mi inocente y virgen reacción: llorar. Escondí las lágrimas de aquellos que me acompañaban porque nadie lucía tan fascinado y anonado por el cielo como yo, sequé rápidamente mi cara por la ingenua vergüenza de ser la única cabeza en ese lugar que se diera cuenta de lo hermoso que podía ser el cielo y lo ciega que me ha hecho ser la ciudad en la que he vivido estos años, me volví muy consciente de que mis sentimientos son a flor de piel.
Lloré y espero recordar esas lágrimas hasta que mis dedos se arruguen y la razón no sea el agua; pero más que nada espero recordar el frenesí que sentí en ese momento al ver esa gigantesca bóveda oscura de secretos que quizás nunca me sean revelados pero el gran sentimiento de curiosidad y amor al vasto y desconocido cosmos me consuela porque no es un sentimiento incómodo, frustante o algo que me ponga ansiosa, despierta algo más en mí, algo que no había sentido antes. No tengo palabra para ello aún ni definición pero seguramente pronto inventaré una. Cielios, Cureoci o alguna palabra que comience con C cuya definición sea palpable y clara.
"Astronomía", pensé, al llegar a casa el día siguiente a esa iluminadora noche. Y hoy, casi un año después de aquel suceso, dos años antes de elegir mi carrera en la universidad y consecuentemente mi profesión, estoy obsesionada con la astronomía. Los cielos, el universo, los planetas, agujeros negros, exoplanetas, supernovas. Hasta tienen nombres que despiertan el deseo de saber más. Averigüé muchísimo sobre dicho tema, montón de información gira en mi cabeza y sale por mi boca a todo aquel cercano a mí quien tenga un oído que prestarme. En tres días más volveré a acampar en el mismo lugar donde nació mi curiosidad y sólo una cosa me angustia luego de aprender todo lo que aprendí: En vez de sentir entusiasmo, sentir miedo y en vez de derramar lágrimas de emoción, llorar de canguelo.