Hoy volví a fumar.
No estoy segura de porqué, tengo varias razones en mente. Todas calzan.
Le compré cigarros a la Paula por el solo hecho de volver a hablar un poco con ella. Fue linda, pensé que iba a ser pesada y no sé si fue por pena o porque me extraña como yo a ella, pero me trató bien. O quizá porque le estaba pagando por la caja de 20 cigarros.
Después de clases caminé una hora por el condominio; de plaza en plaza. Me quedé en la plaza donde terminamos por penúltima vez. Ya me estoy dirigiendo a ti... como sea; me senté ahí.
Saqué un cigarro y lo fumé. ¿Curiosidad? ¿Aburrimiento? ¿Consuelo? ¿Imbecilidad de querer lucir interesante en caso de que me vieras? ¿Estupidez, sin más?
Sólo lo hice. No voy a negar que me tranquilizó. Nunca me había gustado el cigarro, tú lo sabes, odio el olor y el sabor. Me daba asco. Pero ese cigarro en particular era el primero que me hacía sentir como los adictos dicen que los hacen sentir los cigarros: calmo. Me fui a mi casa después de fumar dos. A las tres de la tarde, salí de nuevo. Esta vez por tres horas; fumé cuatro cigarros más mientras dibujaba y escuchaba música. Fue bellísimo y asqueroso. En un momento me mareé, sentí que me iba a desmayar; estaba fumando en ayuno. No tenía idea que me podía "ir a la pálida" fumando así si la Jo no me lo hubiera advertido luego, cuando le pregunté.
De cualquier manera, esos cinco cigarros sabían a una melancolía perra, buscada y fría.
También sentí que me grababan todo el tiempo y no salvé un gato cuando un señor me pidió socorro.