2 may 2014

Armonía incierta, paz revuelta.

Busco una simetría en la gente que sé es inexistente, tanteando torpemente los pies de la gente. Paupérrima, acaso, mi esperanza.
Los ojos mirándome con repulsión patean firmemente, sin tocarme, aquellas torpes, heladas y blancas manos que tiemblan de frío y zozobra. Congoja de nunca encontrar correspondencia. De nunca hallar paridad.
Respiro profundo con una tos inevitable que la calle helada te regala, luego de años de arrastrarte por ella. Vivo de lágrimas y me alimento de tristezas que la gente ciega deja pasar, llantos extraños. Completamente ignorados. Eventualmente me convertí en cada uno de ellos, confundiendo al viento con mis gemidos, espantando todo ser vivo cerca mío. Me emborracho con las gotas de whiskey que recojo y colecciono de cada vagabundo que muere, según mis cálculos, cada dos minutos en alguna esquina fría donde en un minuto de un lejano pasado hubo un momento feliz. Visito cada edificio a la redonda que esté frío y abandonado, firmando sus paredes con dibujos y frases que gente fotografía y se detiene a pensar un minuto, quizás dos, fingiendo real interés para no ser del cliché que no piensa ignorando que eso es engañarse a ellos mismos. Frases que para mí marcan la vida y definen quien soy, trato de llegar a otra gente, trato de que otra gente llegue a mí.
Cuerpo y mente abúlico, abatido, desalentado, lánguido. Divago, sí, montón, quizás porque no tengo un punto fijo donde llegar ni el camino por donde ir pero si un objetivo. Por lo menos tengo lo que a muchas personas les falta, por lo que mucha gente muere triste y sin algo porque derramar lágrimas sinceras; un propósito.
Encontrar la simetría.