3 may 2014

Exclusivamente de nosotros, a fin de cuentas

Si nunca te enamoraste, probablemente mirarás el siguiente texto superficialmente... ahórrate la molestia.
Si te enamoraste, ésto no te traerá más que melancolía y seguramente nostalgia.... ahórrate la pena.
Si estás enamorado, quizás te identifiques. Quizás lo imagines, dependiendo de la situación, quizás lo sientas también.
A fin de cuentas, depende de cada uno. Yo escribo para mí y para ella, no para usted.

Cuando uno está enamorado, sé es más sensible ante todo. Ante absolutamente todo. No sólo lo que causa, hace y crea la persona de la que se está enamorado, si no cosas absolutamente desligadas a ella. Te duelen un poco más las encías cuando te cepillas los dientes, la brisa te acaricia más fuerte, las hojas secas se sienten más crujientes al pisarlas en otoño, el peso de tus párpados aumenta solo un poquitín, la voz de tu cantante favorito abre un pétalo y... Lo siento. Ya me puse a divagar.
La cosa, o introducción mejor dicho, que estoy tratando de hacer es algo inútil para lo que trato de contar. Preparar verbalmente/mental? a una persona para entender lo que trato de explicar es en vano. El perro corriendo que morderá tus bolas sin altruismo alguno morderá igual de fuerte aún convenciéndote de que no puede ser tan malo. Lo es. 



Estaba nerviosa. Se le notaba... podía ver como sus pupilas se habían dilatado un poco, en son de alerta. Sus blancos y delgados dedos jugueteaban entre ellos y de tanto en tanto se tiraba hilachas de la orilla de su blusa. La observé largo rato, manteniendo un silencio para nada incómodo. Me hipnotizaba su manera de pestañear, como cerraba lentamente los ojos y sus pestañas emitían un pequeño chas cuando chocaban entre ellas. Como sonaban sus dientes al arrastrarse por su labio inferior demostrando un poco de incomodidad... un suave, leve y casi imperceptible murmullo. No le gustaba que la miraran largo rato. Ella sabía que yo podía leerla, que no era tan inaccesible como creía. Cuando por fin decidí decir algo, el segundo que abrí mi boca y mis labios se separaron, ella lo notó. Escucho como mis dos pedazos de piel se separaban, pero más que nada, escucho que estaba listo. Me miró con sus grandes ojos y me fijé más que nunca en lo lindo de sus pómulos. Me volví a quedar pegado, pero no por mucho, y por fin le pregunté si podía ver su color de ojos. Subió una ceja y me trató de pillo. Me hizo recostarme y cerrar los ojos; "Prómeteme que no los vas a abrir. No puedes abrir los ojos.". No lo hice. Cada palabra que pronunciaba su suave voz era un centímetro de su nariz más cerca de la mía. Finalmente, pegó su nariz a la mía. Al decir la última palabra, "ojos", su aliento ya chocaba contra mi boca, acelerando rápidamente mi pulso y respiración. Ella notó esto, porque concedió una pequeña sonrisa que pude oír. Empezó a acercarse más, respirando nerviosamente por la boca, hasta que su labio rozó el mío. Resistí el impuso de besarla frenético, acaso, desesperado. Ya era mucho tiempo.
Comenzó a mecer suavemente la cabeza de un lado a otro, sin despegar el suave roce que existía entre sus labios y los míos. Sentí como pasó su lengua por su labio inferior porque rozó el mío. Finalmente, me dio un beso. Y otro, y otro más, y miles. Agarré su cintura y la pegué contra mí, exaltado de por fin poder sentir su cuerpo contra el mío, sintiendo cada trocito de piel pasar por mis dedos, sintiendo su respiración contra el surco que se forma entre la nariz y el labio superior. La besé intensamente, como nunca había besado a nadie, hasta que se me durmieron los labios. Ella, en cada minuto, nunca dejó de sentirse delicada. Sentía que si la apretaba un poco más iba a romperla en mil pedazos, sentí que si la soltaba o la despegaba de mí todo se quebraría de igual manera. Y bueno, se quebró... la rompí en mil pedazos. Pero yo sabía que la iba a romper. Yo corrí ese riesgo, porque soy un puto hombre y tengo el puto factor del deseo que le ganó a mi cariño que al parecer, veíamos más grande. Confiábamos más en él, pero nunca fue. Cuando separó su cabeza de la mía, la miré atentamente. Mantuvo sus ojos cerrados unos segundos, y pude sentir como su estómago se revolvía. Pude sentir como el color de su metafórico corazón se teñía oscuro.  Escuché como la lágrima viajó desde lo más profundo de sus sentimientos hasta su lagrimal y el sonido que hizo al chocar y caer contra su mejilla. Abrió los ojos y supe, para siempre, que le había hecho algo. No la había matado, pero maté algo en ella. Ella también lo sabía... demasiado bien. Se arrastró en un silencio tangible hasta los pies de mi cama y se acarició los brazos llorando calladamente. Se puso su abrigo y caminó con la cabeza gacha hasta mi puerta, donde subió su mirada dando directo con mis preocupados ojos y lo dijo, fuerte y claro, sabiendo que no había necesidad porque yo también sabía "... No creí que lo romperías tan pronto."

Pasaron los meses donde guardé un infantil silencio. La veía desde lejos en los pasillos y podía sentir como su pena cortaba espesamente mi aire. Nunca juntó su mirada con la mía de nuevo... 
Eventualmente, con el paso de las meses, comenzó a verse mejor. Volvía a sonreír y a mostrar sus adorables dientes. Podía oír como el bicho de la melancolía resbalaba lentamente por sus hombros hasta llegar al suelo. Y me enamoré. Me enamoré de la fuerza que tuvo para superarme, para olvidar y pasar la pena de amar tan fuerte a alguien que sólo la quiso pasajeramente -al parecer-. Me enamoré en silencio, en vergüenza y con ironía. Me enamoré de su sonrisa lejana, de su aire vigoroso y su pena enterrada. Me enamoré cuando me dejó de querer.... ¿Saben? Me parte el corazón cada paso que da. Pero supongo que lo merezco, por no haberla amado cuando debí. Por no haberla cuidado o haber enmendado las cosas cuando pude. Y es ahora cuando siento con fuerza todo lo demás, cuando recuerdo en detalle lo que pasamos y nos lloro con frenesí. Un nosotros que terminó en el principio, antes de siquiera echar un vistazo a lo realmente bueno.
No sé que estaba tratando de explicar. Me acabo de perder en mi piélago de lágrimas. Ni siquiera sé si la introducción está conectada a la historia que conté... pero quería contarla. Le encantaba que escribiera sobre ella.